Estamos bajo presión constante. El capitalismo necesita mano de obra, mano de obra barata que trabaje largas horas para maximizar el beneficio. Lo sentimos un día sí y el otro también. Esta presión conlleva una reducción de personal; menos trabajadores están produciendo más. Al mismo tiempo, el empleo “atípico” está en alza: temporalidades, contratos a corto plazo, auto-empleo, a tiempo parcial y programas de fomento laboral.
El trabajo precario significa inseguridad, contrataciones seguidas de despido, horas extra, nada de vacaciones, disponibilidad total, bajos salarios, ninguna paga por enfermedad y miedo a perder tu trabajo. Para quienes son lo suficientemente afortunados como para tener un trabajo “normal”, el miedo al trabajo temporal y a vivir de la asistencia social les lleva a mantenerse callados hasta que es demasiado tarde. Los resultados son la impotencia y el aislamiento.
Ya no podemos darnos el lujo de permanecer callados. Tanto si tienes (todavía) un trabajo seguro como si trabajas bajo condiciones precarias, mientras sigas inactivo la presión aumentará. Tenemos que organizarnos en nuestros lugares de trabajo y más allá para poder resistir. Cuando los trabajadores se unen, se llama sindicato.